miércoles, 18 de diciembre de 2013

HALLACA, CULTURA Y RESPETO A LA VIDA



La hallaca es  la reina de la mesa navideña venezolana, más allá de ser una comida, es  un símbolo del gentilicio arraigado en la memoria colectiva del pueblo que se identifica en su aroma y sabor, es la raíz común que penetra el mundo afectivo de la familia reunida para su elaboración, es la excusa para el reencuentro, para la unión familiar. Es, en sí, un evento simbólico y social en el que los nuevos miembros de la familia pueden llegar a conocer la escala de valores de los recién adquiridos  parientes, sus preferencias y aversiones, sus marcas del pasado, las expectativas a futuro y hasta el propio nivel de aceptación como pariente, al ser invitado o no,  a la práctica  comunitaria que representa su elaboración  y la consecuente develación de rituales familiares propios de la intimidad  del hogar.
La hallaca no sólo cuenta la historia nacional, sino que transparenta los matices de la conformación regional y los distintivos de la estirpe familiar. De generación en generación   y  a través de la oralidad, el secreto del  suculento guiso con sus adornos,  guardado en el interior de su piel tersa y firme,  espléndidamente perfumada por las hojas del platanero, va pasando  la pasión que impregna  los aires navideños  en el  humilde lar del campesino y la desafiante  urbe capital.
Son muchos los ingredientes y procedimientos implícitos en su elaboración, es evidente su complejidad técnica y nutricional,  y notorio su protagonismo socio-cultural, pues en torno a  ella  se tejen infinidad de mitos y leyendas, se crean y recrean historias, surgen canciones, poemas y cuentos infantiles, se aventuran chistes y desde  sus  multisápidas  notas al paladar,  florecen   metáforas que la ennoblecen en  la  idiosincrasia  nacional.    


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