lunes, 23 de diciembre de 2013

NUESTRA HALLACA





Autor: Gragorio Salazar


A Faustina

Ahora que vamos de nuevo gozosos a tu sagrado encuentro, en estos días que tu presencia la casa transfigura, toda la extensión de tu blanda sabrosura acostada majestuosa sobre tu lecho de hojas verdes, me parece que es tiempo, cara hallaca, te digamos cuanto en esta tierra te adoramos, cuanto en ti nos solazamos, cuanta alegría entre nosotros viertes.
No quisiera dedicarme tan temprano a darte explicaciones de lo escrito, pero debo detenerme un momentito para dejarte aclarado que eres cara, no tanto porque estén por las nubes, que lo están, tus ingredientes, sino porque te ama de verdad toda esta gente.
No tiene precio que tu aroma, el dulce olor de tu sazón divina se esparza suavemente por la sala, dejándonos saber que en la cocina una olla venerable borbotea, bulle, humea, anuncia el nacimiento de tu guiso que, como Dios, es uno y trino porque está hecho de res, de gallina y de cochino.  
Déjame decirte, aquí en confianza, que a veces en la alta intimidad yo me pregunto si hay mayor distinción que la consulta, hecha por la mano que dirige, si está bien de papelón o aún le falta. Y que con irrebatible autoridad, por ciencia, sapiencia y por paciencia (porque así de serio es el asunto) uno ofrezca seguro la resulta: “el dulce del guiso está en su punto”.
Humildemente te decimos, bendito sea ese tu vientre, hallaca, de masa amarilla, tenue y tierna que encierra tan fragante colorido, el que dan la pasa, el pimiento morrón y el encurtido. Cómo brilla en tu seno la aceituna, verdor de tierra tan lejana. La hermosa oliva latina y aramea, nacida iraní, siria y palestina y gracias a ti también venezolana. Y qué decir de la alcaparra, más oscura en sus pliegues verdes, pasa de sal mediterránea, que jamás tendrá en tu hechura ninguna joya sucedánea. Si a todo lo anterior uno le agrega, además del guiso, una mecha de gallina y una tirita de tocino, nuestra hallaca llegará triunfante a su destino.
Tal es mi admiración por ti y por quienes realizan tan prodigiosamente tu receta, que de haber nacido en algún confín remoto del planeta, carta de nacionalidad yo pediría sólo por pertenecer al pueblo donde tuvo lugar la epifanía de un pastel navideño tan gustoso, que encierra arte, magia y  un ritual de amor tan laborioso. Un pueblo así, hallaca hermosa, debería ser capaz de grandes cosas.
Eso queremos, eso deseamos, y no quiero defraudarte en esta hora, pero hace tiempo que no nos encontramos, divididos como estamos en  mitades. No hay diálogo, no hay unión, vivimos todos con el alma en vilo y no separan las cosas más sencillas. Es, te explico, mira qué pena, como si a la hora de la cena, unos creyeran que le tocas toda, y a otros tan sólo las hojas, el pabilo y las semillas.
Por todo eso, hallaca, te invocamos porque tal vez puedas ayudar en el milagro de tener un resultado no tan magro cuando se trata de avanzar todos unidos. Frente a ti no se puede estar sino en paz, serenamente en paz como en un templo, y quizás en ese instante, digamos Nochebuena, por ejemplo, hagamos profesión de hallarla permanente, cotidiana y plena.
Que esta vez, como otros años, maravilles a los chamos, arrobes a los chicos, los pintones y los medianos y a través del paladar inicien los mayores un viaje hacia sus recuerdos de días más lozanos.
Pasará el tiempo, mucho tiempo, y llegará el día en que de todos quienes hoy te saboreamos seamos, si acaso, un punto remoto en la memoria. Tú en cambio volverás cada diciembre a alegrar la vida de esta gente, que sabrá el inventario de esta historia. Lo habrá y entonces ya ojalá el saldo sea que, con nuestras diferencias, supimos tolerarnos y vivimos para siempre como hermanos.
¿Qué más decirte puedo? Nada más. Sólo he querido agradecerte con denuedo que otra vez estés con nos en estas pascuas? Bueno, y desear de corazón que en ninguna mesa de mi tierra falte quien, como tú, tantísimo sabor a gloria encierra.

(Tomado del diario Tal Cual, edición del  sábado 14 de diciembre de 2013)

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