Autor: Gragorio
Salazar
A Faustina
Ahora que
vamos de nuevo gozosos a tu sagrado encuentro, en estos días que tu presencia
la casa transfigura, toda la extensión de tu blanda sabrosura acostada
majestuosa sobre tu lecho de hojas verdes, me parece que es tiempo, cara
hallaca, te digamos cuanto en esta tierra te adoramos, cuanto en ti nos
solazamos, cuanta alegría entre nosotros viertes.
No
quisiera dedicarme tan temprano a darte explicaciones de lo escrito, pero debo
detenerme un momentito para dejarte aclarado que eres cara, no tanto porque
estén por las nubes, que lo están, tus ingredientes, sino porque te ama de
verdad toda esta gente.
No tiene
precio que tu aroma, el dulce olor de tu sazón divina se esparza suavemente por
la sala, dejándonos saber que en la cocina una olla venerable borbotea, bulle,
humea, anuncia el nacimiento de tu guiso que, como Dios, es uno y trino porque
está hecho de res, de gallina y de cochino.
Déjame
decirte, aquí en confianza, que a veces en la alta intimidad yo me pregunto si
hay mayor distinción que la consulta, hecha por la mano que dirige, si está
bien de papelón o aún le falta. Y que con irrebatible autoridad, por ciencia,
sapiencia y por paciencia (porque así de serio es el asunto) uno ofrezca seguro
la resulta: “el dulce del guiso está en su punto”.
Humildemente
te decimos, bendito sea ese tu vientre, hallaca, de masa amarilla, tenue y
tierna que encierra tan fragante colorido, el que dan la pasa, el pimiento
morrón y el encurtido. Cómo brilla en tu seno la aceituna, verdor de tierra tan
lejana. La hermosa oliva latina y aramea, nacida iraní, siria y palestina y gracias
a ti también venezolana. Y qué decir de la alcaparra, más oscura en sus
pliegues verdes, pasa de sal mediterránea, que jamás tendrá en tu hechura
ninguna joya sucedánea. Si a todo lo anterior uno le agrega, además
del guiso, una mecha de gallina y una tirita de tocino, nuestra hallaca llegará
triunfante a su destino.
Tal es mi
admiración por ti y por quienes realizan tan prodigiosamente tu receta, que de
haber nacido en algún confín remoto del planeta, carta de nacionalidad yo
pediría sólo por pertenecer al pueblo donde tuvo lugar la epifanía de un pastel
navideño tan gustoso, que encierra arte, magia y un ritual de amor
tan laborioso. Un pueblo así, hallaca hermosa, debería ser capaz de grandes
cosas.
Eso
queremos, eso deseamos, y no quiero defraudarte en esta hora, pero hace tiempo
que no nos encontramos, divididos como estamos en mitades. No hay
diálogo, no hay unión, vivimos todos con el alma en vilo y no separan las cosas
más sencillas. Es, te explico, mira qué pena, como si a la hora de la cena, unos
creyeran que le tocas toda, y a otros tan sólo las hojas, el pabilo y las
semillas.
Por todo
eso, hallaca, te invocamos porque tal vez puedas ayudar en el milagro de tener
un resultado no tan magro cuando se trata de avanzar todos unidos. Frente a ti no
se puede estar sino en paz, serenamente en paz como en un templo, y quizás en
ese instante, digamos Nochebuena, por ejemplo, hagamos profesión de hallarla
permanente, cotidiana y plena.
Que esta
vez, como otros años, maravilles a los chamos, arrobes a los chicos, los
pintones y los medianos y a través del paladar inicien los mayores un viaje
hacia sus recuerdos de días más lozanos.
Pasará el
tiempo, mucho tiempo, y llegará el día en que de todos quienes hoy te
saboreamos seamos, si acaso, un punto remoto en la memoria. Tú en cambio
volverás cada diciembre a alegrar la vida de esta gente, que sabrá el
inventario de esta historia. Lo habrá y entonces ya ojalá el saldo sea que, con
nuestras diferencias, supimos tolerarnos y vivimos para siempre como hermanos.
¿Qué más decirte puedo?
Nada más. Sólo he querido agradecerte con denuedo que otra vez estés con nos en
estas pascuas? Bueno, y desear de corazón que en ninguna mesa de mi tierra
falte quien, como tú, tantísimo sabor a gloria encierra.
(Tomado del diario Tal Cual, edición
del sábado 14 de diciembre de 2013)
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